La tierra natal de monseñor José María Riofrío y Valdivieso es Cariamanga. Conglomerado humano apacible y laborioso asentado en las estribaciones del Ahuaca. Para el historiador, P. Juan de Velasco, la pequeña ciudad era el centro nodal de la provincia de los Calvas, etnia aborigen preincásica, integrada por los pueblos: Nambacola, Colambo, Changaimina, Colaisaca, Utuana, Nangasa, Sozoranga y Macará.
Hasta 1798, anota el P. Velasco, en Cariamanga se conservaba, con esplendor, la noble Casa de los Chuquimarca, familia aborigen que gozaba de privilegios concedidos por la Corona de España, entre ellos “tener cabildo propio, muy autorizado”. La jurisdicción estaba gobernada por un Teniente Español nombrado por la Real Audiencia de Quito, con títulos pomposos, como el de “Señor de la Provincia de los Calvas”
Cariamanga fue uno de los escenarios en los que se asentó parte de la élite cultural lojana, protagonista de una praxis cultural de peculiares características que, a decir de Jaramillo Alvarado, “afirmó, en el país, el crédito de la inconfundible personalidad de la provincia”.
Los padres de José María Riofrío y Valdivieso, nacido el 16 de noviembre de 1794, don Francisco Riofrío y Piedra y doña Rosa de Valdivieso eran parte de esa nobleza desplazada, temporalmente, de la ciudad hacia las haciendas y pueblos del corregimiento de Loja, el último del Obispado y Real Audiencia de Quito en su frontera con el Virreinato de Lima.
En el hogar de los esposos Riofrío Valdivieso nacieron tres hijos. José María, Josefa, su hermana gemela, y Agustín. En el ámbito familiar predominaba el ambiente de un acendrado cristianismo. El temor a Dios, la lealtad al amor conyugal, paterno, filial y fraterno era normativa moral indeclinable, mientras que, el sentimiento de la caballerosidad y del honor inspiraba las relaciones de la familia con su entorno social.
El rango de nobleza de la familia y la fortaleza de sus valores y convicciones obligaban a don Francisco y a doña Rosa a procurar para sus hijos una educación esmerada.
Fue así como, luego de la educación hogareña inicial enmarcada en la vivencia de las sanas costumbres y buenos modales, llegada la edad escolar, los hermanos Riofrío y Valdivieso se adentran en el régimen escolar de la ciudad de Loja, cuyo proceso educativo se centraban en el estudio y aprendizaje de asignaturas de esencia humanista-cristiana-clásica.
En estas circunstancias, José María y su hermana Josefa sintieron el llamado a la vida religiosa. Él ingresó en el seminario San Luis, de Quito, mientras que Josefa lo hizo en el convento de las Concepcionistas de Loja. Agustín, el otro hermano de los gemelos, optó por la jurisprudencia.
Concluidos sus estudios académicos y su formación religiosa, José María obtiene el doctorado en Teología. Es ordenado sacerdote el 29 de junio de 1821, a la edad de 26 años, por Mons. Santander, Obispo de Quito, prelado que hizo todo lo posible por conseguir la incardinación, en su diócesis, del neopresbítero lojano, toda vez que conocía de sus virtudes, competencias y sapiencia. El padre José María, impulsado por su afecto y entrañable cariño a su Loja natal, prefirió incardinarse en la diócesis de Cuenca, a cuya jurisdicción canónica pertenecía la iglesia lojana. (Recuérdese, la diócesis de Loja fue constituida por el papa Pío IX, por Bula del 29 de diciembre de 1862, 42 años después de la ordenación sacerdotal de José María).
Vino a Loja cuando frisaba los 30 años de edad. La espiritualidad de la feligresía de la iglesia lojana se nutrió con la sabia renovada de la vitalidad pastoral del joven sacerdote que fluía a través de su predicación evangélica y de su testimonio vivencial de hombre “escogido por Dios de entre los hombres para servicio de los hombres”, según reza el postulado evangélico.
Su talante de hombre de cultura y su celo de pastor de almas caló hondo en la conciencia popular y en la del clero azuayo. Ello dio lugar a que en 1825, apenas cuatro años después de su ordenación sacerdotal y cuando contaba con 31 años de edad, el Capítulo Catedralicio de Cuenca, cuya sede episcopal estaba vacante, solicitara su colaboración en la administración de la Diócesis, en calidad de Vicario Capitular.
En función tan delicada, el P. José María Riofrío y Valdivieso permaneció, por el lapso aproximado de cinco años. Al concluirla, el clero y la feligresía Cuencanos habían recobrado la tranquilidad. El P. José María Riofrío y Valdivieso retornó a Loja. Esta vez, para hacerse cargo del Colegio de Loja, como vicerrector y rector sucesivamente. A la vez, ejerció su apostolado sacerdotal en la parroquia de San Juan de El Valle.
Por su nivel académico, su versatilidad en asuntos del Derecho Canónico y de la teología dogmática, pero fundamentalmente por su entrega pastoral, José María Riofrío y Valdivieso fue nominado Cura Vicario y Juez Eclesiástico de la Iglesia Matriz de Loja. Poco tiempo pastoreó su grey Las necesidades de la diócesis, cuya sede episcopal estaba en Cuenca, requirió nuevamente de sus servicios. Fue llamado, en primera instancia, a integrar el Coro de la Catedral de Cuenca, en calidad de Canónigo de El Sagrario. Para, con posterioridad y segunda ocasión, designarlo Provisor y Vicario Capitular de la Diócesis.
En 1930, año de separación del Ecuador de la Gran Colombia y de constitución como país soberano, el ahora canónigo José María Riofrío y Valdivieso retornó a Loja. Aquí suscribió, conjuntamente con el gobernador Santiago Suedel, el Acta de la Independencia. En el lapso de los 15 años subsiguientes, esto es hasta l845, por varias ocasiones concurre al Congreso Nacional atendiendo el mandato de su pueblo. El 3 de octubre de 1845, junto al Excmo. Dr. José Miguel Carrión, obispo de Botrén y pariente suyo cercano, forma parte de la gran Convención de Cuenca. En este contexto integra las comisiones redactoras de la nueva Carta Política del Estado y participa en la elección del presidente constitucional Vicente Ramón Roca, cuyo período de gobierno fue completo, esto es hasta 1849. Además, José María Riofrío asume la responsabilidad y el reto de Consejero del Gobierno.
No sólo la Iglesia, sino la sociedad ecuatoriana toda, con creciente expectativa, veían en el canónigo Riofrío y Valdivieso a un hombre meritorio, competente, a la vez que de espiritualidad sólida y de acendrada vocación de servicio a las causas de la religión y de la patria.
El arzobispo Metropolitano de Quito, Monseñor Arteta designó al canónigo Riofrío y Valdivieso Arcediano del Coro de Quito. Su hombría de bien, su celo apostólico, su virtud y su preparación académica le merecieron honrosas distinciones honoríficas y pastorales por parte del Sumo Pontífice Pío IX, con quien mantenía una devota y fiel relación epistolar de amistad. Entre ellas: Prelado Doméstico de Su Santidad, Protonotario Apostólico, Arcediano y Deán de la Catedral de Quito.
El 29 de junio de 1853, el canónigo José María Riofrío y Valdivieso fue consagrado Obispo con el título de Obispo de Pompeyópolis. La consagración episcopal la ofició el Arzobispo Mons. Francisco Javier Garaicoa, anciano prelado que le confió el encargo de Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis, con misiones específicas, entre ellas, reformar y revitalizar la vida espiritual de los miembros de las diversas comunidades religiosas radicadas en la extensa jurisdicción de la Arquidiócesis quitense.
A la muerte del Arzobispo Garaicoa, la Convención Nacional de 1861 designó para sucederle a Mons. Riofrío y Valdivieso. Su Santidad Pío IX expidió las respectivas Bulas de institución el mismo año y dispuso la imposición del Palio que lo acreditaba como el tercer Arzobispo de la Arquidiócesis de Quito. Cinco años más tarde, en l866, Pío IX le conferirá la altísima distinción de Prelado Doméstico de su Santidad asistente al Sacro Solio Pontificio.
En 1862, el Arzobispo José María Riofrío y Valdivieso, superando impases y dificultades de orden diverso, convocó, realizó y presidió el primer Concilio Provincial de Quito, en cuyo ámbito doctrinario, litúrgico y jurídico se dictaron constituciones y estatutos que debían observar, en adelante, las catedrales de las diócesis creadas y existentes en la Provincia Eclesiástica. De esta manera, en el país, se consolidaba, reorientaba y proyectaba, no sólo la identidad jurídica de la Iglesia frente al Estado, sino su misión evangelizadora y la nueva visión de su actividad pastoral.
Transcurridos once años al frente del gobierno de la Arquidiócesis, ya como Vicario Capitular, Obispo Auxiliar y Arzobispo, esto es en l864, Monseñor Riofrío y Valdivieso, por motivos de salud, sin ser menos incidentes en su decisión los agravios venidos desde la Presidencia de la República, decidió trasladar su residencia a Loja, a la espera de que la renuncia al arzobispado que había presentado ante la Santa Sede, sea aceptada, dados los argumentos de su avanzada edad y mal estado de salud.
Ante su decisión definitiva e irreversible de regresar a Loja, el anciano Arzobispo Riofrío procedió a encargar el ejercicio de la administración de la Arquidiócesis al Deán de la Iglesia Metropolitana, Dr. Manuel Orejuela, en calidad de Vicario General y Gobernador del Arzobispado. Ello, mientras Roma extienda el nombramiento de Obispo Coadjutor, por él solicitado, a favor del religioso franciscano José María Yerovi, de acendrada y reconocida virtud y santidad. Dicho nombramiento fue emitido en septiembre de 1865.
Aceptada por Roma la renuncia presentada con reiterada insistencia por el Arzobispo Riofrío y Valdivieso, el ilustre obispo lojano fue designado Administrador Apostólico de la Diócesis de Loja, constituida mediante Bula del 29 de diciembre de l862, por el Papa Pío IX, pero realmente erigida, al igual que sus fraternas de Riobamba e Ibarra en 1865, debido a la oposición del Congreso Nacional a la vigencia del Concordato entre el Estado y la Santa Sede. Era presidente del Ecuador Gabriel García Moreno.
Mons. Riofrío y Valdivieso tomó posesión de su cargo el 8 de diciembre de 1868, día de la Inmaculada Concepción, patrona de la ciudad, desde su fundación española por Alonso de Mercadillo, en 1548. Monseñor José María Riofrío y Valdivieso, Arzobispo Dimisionario de Quito, sucedió en el gobierno de la nueva diócesis, a su antecesor, Mons. José Ignacio Checa y Barba, cuyo título episcopal era el de Obispo de Listra, quien que fue trasladado, en 1866 a la también recientemente instituida diócesis de Ibarra.
A pesar de su edad avanzada y quebrantada salud, Mons. José María Riofrío y Valdivieso puso a su gestión administrativa y evangelizadora, de aproximadamente diez años, toda la energía y unción pastoral, característica inconfundible de su apostolado sacerdotal.
Por un encargo muy puntual del Sumo Pontífice Pío IX, quien lo designara, en l868 y por el lapso de cinco años, visitador apostólico de los tres conventos de regulares con sede en la ciudad de Loja: San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, Mons. Riofrío se empleó a fondo en la reforma y puesta en vigencia de las normas que debían regular la convivencia de los religiosos y su actividad pastoral diocesana.
Sin escatimar esfuerzos e impulsado por su celo sacerdotal y de pastor, asumió, asimismo, la reforma de las reglas que debían normar la convivencia monacal en el Monasterio de las Monjas Conceptas, fundado en 1596, con el patrocinio del gobernador de Yaguarzongo, don Juan de Alderete y la intervención directa del Obispo de Quito de ese entonces, Fray Luis López de Solís.
No concluido aún el primer año de su ejercicio pastoral, a través del respectivo edicto convocó a los párrocos de su jurisdicción pastoral al primer Sínodo Diocesano, concebido con el propósito de encaminar la actividad eclesiástica de la nueva diócesis por el sendero de la correcta observancia de la normatividad canónica y del orden constituido. Tres años más tarde, en l871 convocó y llevó a cabo el segundo Sínodo Diocesano, con similar propósito.
Si bien, su antecesor en la administración apostólica de la Diócesis, Mons. José Ignacio Checa había establecido los primeros prebendados del Coro de Canónigos, Mons. Riofrío los instaló en la posesión corporal de sus sillas, y ordenó, según derecho, el funcionamiento del mismo. Personalmente, inauguró y presidió las iniciales sesiones capitulares y dictó las dos primeras actas, documentos jurídicos que, prácticamente, instauran la historia fáctica del coro diocesano de canónigos.
Impulsado por su vena de evangelizador y su cultivado don de pastor, en l867 fundó la conferencia de San Vicente de Paúl, especie de voluntariado seglar destinado al fortalecimiento de la vida cristiana y a la gestión de la acción pastoral social solidaria con espíritu y carisma evangélicos, a favor de los sectores sociales abandonados y marginales. A la vez, puso todo su empeño y esfuerzo al servicio de la misma, a tal punto de donarle la propiedad suya ubicada en el sector urbano y comúnmente llamada “Casa del Coco”. Proverbial ha sido en la comarca, el criterio que esta Fundación se constituyó en el sólido fundamento del voluntariado lojano de épocas posteriores.
Devoto empedernido de la advocación mariana de El Cisne, en 1870 solicitó y consiguió del Sumo Pontífice Pío IX la concesión de indulgencias para peregrinos y romeriantes de las festividades del Santuario.
Mons. Riofrío y Valdivieso, buscando el desarrollo humano y cristiano de su grey diocesana, en l870 creó la Escuela de los Hermanos Cristianos. Consciente de la necesidad de dotar a dicha comunidad educadora de las facilidades que le garanticen un trabajo a la altura que demandaba la educación de la niñez y juventud lojanas, solicitó al Pontífice romano el traspaso a la Diócesis de las instalaciones del convento de los Agustinos que, instalados en la ciudad en 1757, habían cesado en su acción pastoral en l870, por haber, Su Santidad, suspendido la vigencia jurídica de la Comunidad.
Logrado su propósito de cesión de las instalaciones, ubicó en ellas, en gestión conjunta con el gobernador Manuel Eguiguren, a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y la consecuente apertura de una escuela católica a favor de la infancia. La presencia de los Hermanos de La Salle en Loja tuvo una prolongada interrupción, pero fue restablecida, de manera definitiva, por Mons. José Antonio Eguiguren, segundo obispo de la Diócesis, a principios del siglo XX.
Hecho realmente trascendental en la historia de la Diócesis lojana, fue la solemne consagración canónica de la reconstruida Iglesia Madre, legendario templo principal de la Loja colonial, con su nueva categoría de Iglesia Catedral, hecho ocurrido el 25 de octubre de l875 y celebrado con la pompa que la circunstancia ameritaba y solemnizado con la presencia masiva del clero regular y secular de la jurisdicción diocesana, así como de las autoridades del gobierno nacional y local. La diócesis lojana tenía su Iglesia Catedral. Monseñor José María Riofrío y Valdivieso, Arzobispo Dimisionario de la Arquidiócesis de Quito y segundo Administrados Apostólico de la Diócesis, era el protagonista, sino único, sí principal de obra tan importante para la consolidación y despegue definitivo de la Iglesia lojana.
De singular connotación para la vida espiritual de la joven diócesis, fue la institución de la devoción eucarística popular de las Cuarenta Horas, centrada en la adoración al Santísimo Sacramento del Altar. Tal fue el impulso testimonial inicial que Mons. Riofrío le dio a la devoción, que su vigencia perdura hasta el presente, no sólo en la iglesias de la ciudad, sino en todas y cada una de las cabeceras cantonales y parroquiales de la Provincia.
Fue de su inspiración pastoral e interés prioritario la fundación de los seminarios Menor y Mayor de la Diócesis. Como pastor, Mons. Riofrío y Valdivieso estimaba que la formación y educación de quienes consagraban su vida al sacerdocio debía darse en condiciones apropiadas.
Impulsado por este convencimiento, separó al Seminario Diocesano, del Colegio Nacional San Bernardo, del cual fue rector. La decisión le trajo varios inconvenientes con sectores sociales que censuraron su medida, por considerarla atentatoria a los intereses del país. Un Decreto Legislativo de 1889 cedió perpetuamente, para la fundación del seminario de Loja la suma de treinta mil pesos de los capitales del Colegio Nacional San Bernardo y sus instalaciones. A cambio, dice Pío Jaramillo Alvarado, la Diócesis asumió la responsabilidad de “proporcionar locales para las cátedras del Colegio Nacional, por el tiempo de seis años, y perpetuamente para la escuela de niños, sea en el mismo seminario o sea en la casa anexa a la Iglesia Catedral”.
Mons. Riofrío y Valdivieso puso al frente del Seminario a los Sacerdotes de la Misión, llamados Lazaristas. Ante la no atención del General de la Comunidad a su solicitud de asignarle el personal necesario, Mons. Riofrío demandó del Pontífice Pío IX la disposición respectiva, por lo que, dichos religiosos se hicieron cargo del Seminario en 1876. De esta manera, la Diócesis lojana satisfacía una de sus necesidades más apremiantes, cual era la de educar, formar y capacitar a su propio clero para impulsar, de mejor manera, la tarea evangelizadora y consolidar la comunidad eclesial de la diócesis mariana.
Agobiado por el peso de su avanzada edad y los quebrantos de su salud e impulsado por su convicción de que una diócesis joven y extensa como la de Loja requería de la presencia de un prelado con mayores energías y posibilidades de gestión que las suyas, solicitó la aceptación definitiva de su dimisión. Le sucedió Mons. José María Masiá, el 30 de noviembre de l876. En su retiro voluntario en la hacienda El Hatillo, ubicada en Vilcabamba, a la edad de 83 años, falleció el 22 de octubre de 1877, no sin antes padecer el sufrimiento y vivir la congoja de ver perseguido a su sucesor, Mons. Masiá, el primer Obispo titular de la Diócesis lojana.
La vida de este lojano ilustre dejó tras de si una estela luminosa de realizaciones ejemplares, tanto en el quehacer pastoral, como el quehacer cívico, a favor del desarrollo de Loja y del país, a cuya constitución jurídica aportó desde su sapiencia, virtud y patriotismo.