El agua escasea, la paciencia se agota y las promesas se diluyen como gotas en el desierto. Así se resume el clamor de miles de lojanos que, en plena crisis hídrica, sienten que la gestión municipal liderada por el alcalde Franco Quezada ha dado la espalda a una emergencia que afecta a más de 30 barrios de la ciudad.
Mientras los hogares se ven obligados a racionar el agua y la incertidumbre se convierte en rutina, las autoridades insisten en versiones oficiales que, según denuncian los propios ciudadanos, distan mucho de la realidad.
Una crisis prolongada y sin respuesta efectiva
Desde hace semanas, sectores populares como Motupe Alto, El Capulí, Ciudad Victoria, Sauces Norte, Pitas 1 y 2, La Pradera, y otros puntos del norte, centro y suroccidente de Loja no tienen acceso regular al servicio de agua potable. La situación ha llevado a familias enteras a almacenar agua en baldes, improvisar duchas con botellas plásticas y depender de vecinos o fuentes alternativas de dudosa salubridad.
En respuesta, desde el Municipio se aseguró que se activaría un plan de abastecimiento con tanqueros para cubrir los barrios afectados mientras “se arreglaba una tubería principal”. Sin embargo, la promesa nunca se cumplió. Los tanqueros no llegaron a la mayoría de zonas anunciadas, y los supuestos trabajos de reparación brillan por su ausencia.
“El alcalde dice que están arreglando la tubería, pero en nuestro sector no hay ni una señal de intervención. Ya van más de diez días sin agua y nadie da la cara. ¿Hasta cuándo vamos a soportar esta ineficiencia?”, expresa con indignación Rosa A., moradora del barrio Los Pinos.
Una ciudad abandonada a su suerte
Pero el problema del agua no es el único que aqueja a Loja. Calles destruidas, huecos por doquier, iluminación deficiente, basura acumulada y obras inconclusas forman parte del paisaje urbano cotidiano. A esta decadencia estructural se suma el malestar ciudadano ante la escasa presencia del alcalde en el territorio local.
“Mientras Loja se cae a pedazos, el señor Quezada se dedica a ir a eventos, foros y ferias fuera de la ciudad, tomándose fotos y dando discursos de autocomplacencia. La ciudad necesita gestión, no turismo institucional”, señala indignado César V., comerciante del mercado Centro Comercial.
La respuesta del Alcalde: «Yo tampoco tengo agua»
En declaraciones recientes, Franco Quezada intentó justificar la situación apelando a un discurso de empatía que ha sido duramente cuestionado. “Yo tampoco tengo agua, y no me estoy quejando. Uso el agua del tanquero”, dijo en tono relajado, exigiendo a los ciudadanos “mantener la calma” y “comprender el esfuerzo municipal”.
Estas palabras encendieron aún más el malestar popular. Muchos consideran que el alcalde no dimensiona la magnitud del problema y recurre a frases superficiales en lugar de soluciones concretas.
“¿Y de qué sirve que él diga que tampoco tiene agua? ¿Acaso eso le quita responsabilidad? Él es quien tiene el deber de gestionar, de prevenir, de atender. No está para hacerse la víctima, sino para actuar”, cuestiona una dirigente barrial que prefiere mantener el anonimato.
¿Loja lo va a extrañar?
En medio de esta crisis, Franco Quezada lanzó otra frase que generó reacciones encendidas: “Cuando deje el cargo, en el 2027, Loja me va a extrañar”. Una afirmación que, más que proyectar confianza, ha sido interpretada como arrogancia en tiempos de descontento.
“¡Que ni se le ocurra pensar en reelección! Loja lo que quiere es agua, calles arregladas, seguridad, planificación. No extrañaremos una gestión que ha fallado en lo más básico”, señala un joven universitario en redes sociales.
Entre el discurso y la realidad
El llamado a “la lojanidad” para respaldar su gestión, también ha sido duramente criticado. Diversos colectivos ciudadanos señalan que el orgullo por la tierra no puede ser utilizado como escudo para encubrir inoperancia o desatención a necesidades urgentes.
“No se puede apelar a la identidad lojana mientras se nos niega el acceso a un derecho humano como es el agua. La lojanidad no es sinónimo de resignación”, se lee en un comunicado de la Asamblea de Barrios Populares.
Un grito por dignidad
Lo que vive Loja en este momento no es solo un problema técnico. Es una crisis de gestión, de credibilidad y de gobernanza. Los barrios claman por atención, por obras concretas, por un liderazgo que escuche, que recorra las calles y que priorice el bienestar de la población por encima de la propaganda institucional.
El agua, como símbolo vital, se ha convertido hoy en el termómetro de una administración que parece más preocupada por la imagen que por la realidad. Y la pregunta resuena fuerte en cada barrio seco, en cada hogar cansado:
¿Hasta cuándo tenemos que aguantar?